miércoles, 15 de marzo de 2017

Versando en pasado, presente y futuro.

¿Cuántas personas conocerás a lo largo de tu vida?

Esos amores imposibles que siempre me persiguen. Esas antiguas caras que quieren volver a mi vida. Hoy puedo mirarlos con suma tranquilidad y decir que se acabaron estos amores imposibles.
Porque es tan claro como el agua, tantos quebraderos de cabeza y tantos tontos encaprichamientos.



Quedé con quien fue el amor de mi vida, mi amor platónico. Estaba nerviosa por volver a verlo. El corazón pareciese que se me iba a salir del pecho. Me miré al espejo no una, sino siete veces contadas. Retocando el maquillaje, las imperfecciones, poniéndome el pelo como sé que le gustaba, ensayando con mi reflejo algunas frases que tenía preparadas. Fui delicada con mi vestuario, vistiéndome con aquella camiseta que tanto te gustaba. Unas gotas de tu perfume favorito y las emociones a flor de piel.
Estaba tan, tan nerviosa... Mis mejillas ardían mientras te esperaba en nuestro sitio especial. Ardían deseosas de tu exhaustiva mirada, de rozar tu piel.

Me había enamorado muchas veces, estaba pasando por un mal momento amoroso, pero nunca había podido olvidar a ese amor imposible que tan importante fue para mí en el oportuno momento que apareció. Era de esas personas que te marcan la vida. Que por mucho que sepas que es algo imposible, se queda infinitamente tatuada en tu piel. Así era él.

El momento se acercaba, ya podía ver como caminaba hasta mí con pasitos cortos, con su mismo caminar de siempre. 

Y entonces...

Pasó.

Me pudieron las ganas y las ilusiones, los recuerdos de lo que fue, de todos los momentos vividos, y la felicidad que sentía cuando estaba con él.

Pasó. Como la vida misma.
Pasó. Cuando yo ya había aprendido a vivir en el presente.

Y ahí estaba yo, y ahí estabas tú.

No podía esperarte eternamente y simplemente, pasó.

Nos sentamos y nos tocamos. Tú me dijiste que me querías y yo no tenía respuestas para eso. Sólo podía pensar en disfrutar de esa agradable charla mientras me contaba su historia y yo le compartía la mía. Tu mirada llena de vitalidad y deseo. Y mi sonrisa, que ya, no era la misma contigo
Comprendí que tuvimos nuestro momento, que me enseñaste grandes cosas, y que disfruté tanto que pensaba que la felicidad eran tu nombre y apellidos. Después llegaron más como tú, vendiéndome sus preciosos cuentos que yo me creí mil y una veces. 

Pasó.

Pasó... que no sentí lo mismo, no sentí cosquillas en el estómago, el gusanito había muerto de hambre. Y aún así, yo no podía estar más contenta. He aprendido a quererte, a apreciarte tal cuál, a no exigirte, a disfrutar el presente, sin pensar en un futuro ni en quizás, sin echar un vistazo al pasado para perderme en los recuerdos. Sólo tú y yo, ahora, conversando, como dos desconocidos que se conocen bastante bien.

Y fue entonces cuando me di cuenta de la importancia de las personas cuando llegan en el momento justo y te dejan su esencia. Se van. Vuelven. Otros no. Pero ellos nunca sabrán lo importantes que fueron en esa etapa de mi vida, no sabrán lo que me han influido a la hora de tomar mis propias decisiones.


La vida se compone de momentos infinitos, 
algunos finales son algo amargos, 
pero necesarios en nuestras vidas. 

 Hay que saber tomar lo bueno de ellos, y quedarnos con la moraleja. 

Los necesitamos tanto... 
      como el aire para respirar.


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