¿Cuántas
personas conocerás a lo largo de tu vida?
Esos
amores imposibles que siempre me persiguen. Esas antiguas caras que
quieren volver a mi vida. Hoy puedo mirarlos con suma tranquilidad y
decir que se acabaron estos amores imposibles.
Porque
es tan claro como el agua, tantos quebraderos de cabeza y tantos
tontos encaprichamientos.
Quedé con quien fue el amor de mi vida, mi amor platónico. Estaba nerviosa por volver a
verlo. El corazón pareciese que se me iba a salir del pecho. Me miré
al espejo no una, sino siete veces contadas. Retocando el
maquillaje, las imperfecciones, poniéndome el pelo como sé que le
gustaba, ensayando con mi reflejo algunas frases que tenía
preparadas. Fui delicada con mi vestuario, vistiéndome con aquella
camiseta que tanto te gustaba. Unas gotas de tu perfume favorito y
las emociones a flor de piel.
Estaba
tan, tan nerviosa... Mis mejillas ardían mientras te esperaba en
nuestro sitio especial. Ardían deseosas de tu exhaustiva mirada, de
rozar tu piel.
Me
había enamorado muchas veces, estaba pasando por un mal momento
amoroso, pero nunca había podido olvidar a ese amor imposible que
tan importante fue para mí en el oportuno momento que apareció. Era
de esas personas que te marcan la vida. Que por mucho que sepas que
es algo imposible, se queda infinitamente tatuada en tu piel. Así
era él.
El
momento se acercaba, ya podía ver como caminaba hasta mí con
pasitos cortos, con su mismo caminar de siempre.
Y entonces...
Pasó.
Me
pudieron las ganas y las ilusiones, los recuerdos de lo que fue, de
todos los momentos vividos, y la felicidad que sentía cuando estaba
con él.
Pasó.
Como la vida misma.
Pasó.
Cuando yo ya había aprendido a vivir en el presente.
Y ahí
estaba yo, y ahí estabas tú.
No
podía esperarte eternamente y simplemente, pasó.
Nos
sentamos y nos tocamos. Tú me dijiste que me querías y yo no tenía
respuestas para eso. Sólo podía pensar en disfrutar de esa
agradable charla mientras me contaba su historia y yo le compartía
la mía. Tu mirada llena de vitalidad y deseo. Y mi sonrisa, que ya,
no era la misma contigo
Comprendí
que tuvimos nuestro momento, que me enseñaste grandes cosas, y que
disfruté tanto que pensaba que la felicidad eran tu nombre y
apellidos. Después llegaron más como tú,
vendiéndome sus preciosos cuentos que yo me creí mil y una veces.
Pasó.
Pasó... que no
sentí lo mismo, no sentí cosquillas en el estómago, el gusanito
había muerto de hambre. Y aún así, yo no podía estar más contenta. He aprendido a
quererte, a apreciarte tal cuál, a no exigirte, a disfrutar el
presente, sin pensar en un futuro ni en quizás, sin echar un vistazo
al pasado para perderme en los recuerdos. Sólo tú y yo, ahora,
conversando, como dos desconocidos que se conocen bastante bien.
Y fue
entonces cuando me di cuenta de la importancia de las personas cuando
llegan en el momento justo y te dejan su esencia. Se van. Vuelven.
Otros no. Pero ellos nunca sabrán lo importantes que fueron en esa
etapa de mi vida, no sabrán lo que me han influido a la hora de
tomar mis propias decisiones.
La vida
se compone de momentos infinitos,
algunos finales son algo amargos,
pero
necesarios en nuestras vidas.
Hay que saber tomar lo bueno de ellos, y quedarnos con la moraleja.
Los necesitamos tanto...
como el aire para respirar.
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