lunes, 6 de enero de 2020

El tren de las 10:15


La vida son luces y sombras. 
Que no te engañen. 
La felicidad es un estado infundado que aprendes a controlar con el tiempo para no perderte ni un sólo segundo de la vida. Y sí. La vida es maravillosa… 
para aquellas personas que pueden permitirse un hogar, una casa, que no les falte el pan sobre la mesa o vivan día tras día alguna que otra masacre. 
La vida es maravillosa si eres un hombre blanco, heterosexual y normativo, con una ideología que no se salga al resto del rebaño. 

Seamos realistas, los cuentos de hadas no existen. Las hadas dejaron de existir desde que tu familia te robó la ilusión de la navidad con historias y mentiras, un efecto placebo para nuestra frágil mente o tal vez, un sistema de condicionamiento a través del reforzamiento positivo o negativo de Skinner para que nos comportásemos bien.

No existe sombra sin luz. No hay día sin noche. No hay orden sin caos. Altibajos. Experiencias que te hacen como persona. ¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Qué estás haciendo para que esa montaña rusa no te den ganas de vomitar? ¿Quién mató las mariposas del estómago cada vez que hay una bajada de infarto? ¿Cuándo se nos apagó el chip de confiar en los demás?

“La verdad te hace libre” dice la biblia. ¿Pero seguirías a mi lado si supiéses la verdad? Cada uno tenemos nuestro propio término de la verdad y no existe alguna que sea absoluta, todo depende de las circunstancias pero a veces no tenemos excusas, somos así, sin más. ¿Me seguirías queriendo si sabes que he matado a alguien? ¿Que en realidad soy esa que se mira al espejo pero no puede mantenerse la mirada porque se ve indefensa? ¿Y si soy contrabandista? ¿O estuve en un reformatorio y después la cárcel? Y si te digo que sólo soy víctima de un sistema que no defiende mis derechos como persona… Que todo está justificado. ¿Y si me creo mi propia mentira?

La verdad te hace libre, sí, pero los demás no quieren escucharla. Quieren que seas perfecta, que estés bien, “pero oye, sonríe que estás más guapa”, “no estés mal, jo”, “sí tía, pero oye, yo pasé por lo mismo, de hecho el otro día tuve que… blabla” y así nos pasamos la vida. Queriendo que nos escuchen, con afán de protagonismo, seres egoístas con una gran dependencia hacia la atención del resto de la sala, todos queriendo explotar para soltar su mierda y sentirse mejor aunque sea pisoteando el momento de la otra persona. Y el que no habla, observa y escucha. Se lo traga. Y va hundiéndose en su propia miseria sintiéndose cada vez peor por no ser tan capaz como el resto.

Yo no soy escritora. 
No sé muy bien lo que soy pero sí sé que cada vez me hago más preguntas y respondo menos a las de los demás. 
Yo no tengo una vida maravillosa. Pero hago que lo sea. 
Yo no tengo la verdad absoluta pero mantengo la cordura de mi locura. 
Soy una superviviente de mis propias decisiones, del azar y del “eso nunca me va a pasar a mí”, 
hasta que pasa.
Independientemente de lo que sea estoy aquí, sin saber muy bien por qué escribo estas líneas.

Yo también he pensado en qué pasaría si dejase de existir. En si me tirase en el momento justo en el que pasa el tren de las 10:15 terminaría todo y no tendría que verme fracasando, enfrentándome una vez más a otra situación difícil en la que ya no me quedan más fuerzas para seguir luchando. Y lo que me hace sentir peor es saber que no es para tanto. Que hay miles de inocentes sufriendo de verdad y yo estoy desaprovechando las horas que sí que me gustaría disfrutar sin comerme la puta cabeza por la mañana ni el techo por la noche. El sentimiento de soledad que me acoge y acompaña porque nadie puede sacarme del agujero más que yo. Vagando en una dulce contradicción de querer encontrar a esas personas que sean familia y hogar para mí pero sentirme vacía con las que están a mi alrededor. De no querer depender de nadie porque me hace débil, porque es lo que me han metido en la cabeza y todavía no puedo desprenderme de eso.

Si estoy escribiendo esto no es para victimizarme. Es una carta de esperanza para aquel o aquella que me esté leyendo, es una carta de mí para mí que me recuerdo que no estoy sola mientras me tenga a mí y que aprenderé poquito a poco a poder mirarme al espejo. 

Porque la vida es una obra de teatro. 
No te conformes con hacer un triste papel, la felicidad es relativa, sé más que un guión que se repite incesante, dirígela, ponte bien en el centro y vívela, el técnico de luces se encargará de enfocarte y apagar los focos cuando sea necesario, aprenderás a hablar delante del público y a improvisar con esos imprevistos de última hora, incluso a ser tu propio espectador. 
No te rindas. 
Y cuando pienses en aquel tren de las 10:15 sé mejor, cógelo. Algunas oportunidades solo pasan una vez como la vida finita que tenemos. Sólo una. Y no aprovecharla a tiempo, amigo mío, sí que sería una verdadera obra trágica. 

Seas quien seas, gracias.




                                            "Darkness exists to make light truly coun."

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