viernes, 30 de octubre de 2020

Esto no es un poema de amor

 No quiero escribir un poema de amor

porque esa estrofa ya la desafiné antaño. 

No quiero escribir un poema de amor porque quiero que hagamos la guerra en el sofá, en la cama y cada rincón de tu cuarto. 

Quiero desordenarte las horas pero no la vida, que pongamos los cuadros al revés y el corazón al derecho, que no, que no quiero tener miedo porque eso es para cobardes y yo no quiero salir huyendo. 

Que dicen que los peces de mar y de río no tienen futuro juntos pero a mí siempre me gustó nadar a contracorriente. 

Que quiero que discutamos para que no se nos quede nada adentro y que del abrazo nazca una flor que reguemos cada día como hacía el Principito. 

Que me saques de quicio para comprobar lo que voy a echar de menos cuando no estés. 

No quiero escribir poemas de amor porque eso es para locos y yo estoy muy cuerda, tan cuerda como aquella que nos ata de color carmín de mis labios que ha esperado un año para hacerse visible en el momento preciso. 

Que no quiero que me sanes porque yo no estoy enferma, que no te necesito, ni te quiero como una posesa. 

Sólo elijo estar en tiempo presente, con las magulladuras del pasado y sin pensar en cualquier futuro inminente. 

Lo dejo en manos del azar y el destino, y me lavo las manos... no quiero escribir un poema de amor, por eso recurro a ti y te escribo porque amor ya eres y yo estoy aquí disfrutando contigo. 

sábado, 8 de agosto de 2020

Caos introspectivo

 

¿Qué somos? ¿Qué soy? O mejor dicho… ¿quién soy?


A menudo nos miramos al espejo en busca de defectos físicos de los que acomplejarnos a sabiendas de que conviviremos con ellos hasta el final de nuestra existencia. Pero realmente quién rebusca entre sus entresijos más profundos y rasca hasta el fondo.


¿Soy un cuerpo que hace sus movimientos gravitacionales atrayendo otros cuerpos y haciendo una traslación automática?

¿Soy aquella muñeca de trapo que me regaló mi abuela cuando tenía ocho años?

¿Soy la sonrisa de aquel anciano al que le subí las bolsas hasta su casa?

¿Soy un conjunto de huesos, músculo y articulaciones?

¿Soy mis ovarios cuando una vez al mes deciden sangrar por sí solos?

¿Soy la sombra de ojos marrón y el pintalabios rojos que uso para ir a trabajar?

¿Qué soy? ¿Qué somos? ¿Quién soy?…

Quien soy…


¿Soy mis miedos más profundos o mis ambiciones?

¿La forma en la que trato a mi madre o cómo le hablo al camarero de un pub?

¿Estoy siendo yo misma o simplemente lo que quiero que piensen los demás de mí?

Estoy… ¿Qué estoy haciendo?


¿Por qué lo hago? ¿Qué me impulsa a hacerme estas preguntas absurdas?

Absurdas como mis complejos,

como mis habladurías,

como mis ganas de querer ser buena en algo sin esforzarme esperando obtener más amor y reconocimiento de personas que en el día de mañana jamás serán

y así no aceptar la idea de que cuando muera moriré

y no quedará nada más que un recuerdo que se esfuma lo que dura un pestañeo.


Miedo. ¿Soy mi propio miedo?

Soy mi miedo a verme expuesta a un inminente fracaso, a chocar contra el muro y que no haya vuelta atrás.

¿Soy mis fracasos?

¿Soy un fracaso?

¿Soy un fracaso de escritora o de pensadora?

¿Qué estoy haciendo bien? ¿Qué es bien? Qué coño estoy haciendo.


Al final sólo soy una persona con muchas preguntas y pocas certezas, soy todo lo que he dicho y mis contradicciones diarias.

Soy todo eso y la responsabilidad que conlleva ser la única que puede solucionar las respuestas a todas mis preguntas. Y por eso tengo miedo, y por eso tenemos miedo.

Porque nadie puede responderte.

Sólo tú.

Y quizás así podremos darle un sentido a esta vida tan caótica, inverosímil, inexplicable y sobretodo, tan… finita.


Soy. ¿Y tú?

miércoles, 1 de abril de 2020

En la linde del Inframundo.


Sentada en mi escritorio contemplando pensamientos grises,
interpuestos como nubes en un día nublado
dejando entrever algunas tonalidades de ese azul verano.

Recordando en bucle atisbos de disputas,
números que suenan al compás de Stairway to heaven
y la palabra “estable” resonando en las noticias.

Pienso en el olor de la última persona que abracé,
la fina línea que separa la cordura de la locura,
la verdadera esclavitud de aquel que se impone su propia cárcel.

El miedo que nos da tomarnos un café con nuestro silencio,
o que los críticos más excéntricos del arte hayan sido los primeros
en subir un nuevo vídeo.

Matemáticos llorando poesía, maestros en huelga permanente,
ingenieros que no hay challenges que se les resistan
por instagram, facebook o twitter.

Un rayo de luz se desliza débilmente hasta acariciar mis pómulos,
su calor juguetea en mis labios por ese beso que no me atreví a dar
y encoge mis pupilas para disipar la nebulosa de mis estímulos.

Veo a Perséfone poniendo en libertad a las prímulas,
sonrisas cómplices a través de una pantalla,
arte en peligro de extinción que florece de las mismas entrañas.

Sentada en mi escritorio contemplando pensamientos grises,
el sol ha salido por la ventana regalando esperanza,
y ahora ya no sé si esto es real o solo es parte de mi propia vesania.


lunes, 6 de enero de 2020

El tren de las 10:15


La vida son luces y sombras. 
Que no te engañen. 
La felicidad es un estado infundado que aprendes a controlar con el tiempo para no perderte ni un sólo segundo de la vida. Y sí. La vida es maravillosa… 
para aquellas personas que pueden permitirse un hogar, una casa, que no les falte el pan sobre la mesa o vivan día tras día alguna que otra masacre. 
La vida es maravillosa si eres un hombre blanco, heterosexual y normativo, con una ideología que no se salga al resto del rebaño. 

Seamos realistas, los cuentos de hadas no existen. Las hadas dejaron de existir desde que tu familia te robó la ilusión de la navidad con historias y mentiras, un efecto placebo para nuestra frágil mente o tal vez, un sistema de condicionamiento a través del reforzamiento positivo o negativo de Skinner para que nos comportásemos bien.

No existe sombra sin luz. No hay día sin noche. No hay orden sin caos. Altibajos. Experiencias que te hacen como persona. ¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Qué estás haciendo para que esa montaña rusa no te den ganas de vomitar? ¿Quién mató las mariposas del estómago cada vez que hay una bajada de infarto? ¿Cuándo se nos apagó el chip de confiar en los demás?

“La verdad te hace libre” dice la biblia. ¿Pero seguirías a mi lado si supiéses la verdad? Cada uno tenemos nuestro propio término de la verdad y no existe alguna que sea absoluta, todo depende de las circunstancias pero a veces no tenemos excusas, somos así, sin más. ¿Me seguirías queriendo si sabes que he matado a alguien? ¿Que en realidad soy esa que se mira al espejo pero no puede mantenerse la mirada porque se ve indefensa? ¿Y si soy contrabandista? ¿O estuve en un reformatorio y después la cárcel? Y si te digo que sólo soy víctima de un sistema que no defiende mis derechos como persona… Que todo está justificado. ¿Y si me creo mi propia mentira?

La verdad te hace libre, sí, pero los demás no quieren escucharla. Quieren que seas perfecta, que estés bien, “pero oye, sonríe que estás más guapa”, “no estés mal, jo”, “sí tía, pero oye, yo pasé por lo mismo, de hecho el otro día tuve que… blabla” y así nos pasamos la vida. Queriendo que nos escuchen, con afán de protagonismo, seres egoístas con una gran dependencia hacia la atención del resto de la sala, todos queriendo explotar para soltar su mierda y sentirse mejor aunque sea pisoteando el momento de la otra persona. Y el que no habla, observa y escucha. Se lo traga. Y va hundiéndose en su propia miseria sintiéndose cada vez peor por no ser tan capaz como el resto.

Yo no soy escritora. 
No sé muy bien lo que soy pero sí sé que cada vez me hago más preguntas y respondo menos a las de los demás. 
Yo no tengo una vida maravillosa. Pero hago que lo sea. 
Yo no tengo la verdad absoluta pero mantengo la cordura de mi locura. 
Soy una superviviente de mis propias decisiones, del azar y del “eso nunca me va a pasar a mí”, 
hasta que pasa.
Independientemente de lo que sea estoy aquí, sin saber muy bien por qué escribo estas líneas.

Yo también he pensado en qué pasaría si dejase de existir. En si me tirase en el momento justo en el que pasa el tren de las 10:15 terminaría todo y no tendría que verme fracasando, enfrentándome una vez más a otra situación difícil en la que ya no me quedan más fuerzas para seguir luchando. Y lo que me hace sentir peor es saber que no es para tanto. Que hay miles de inocentes sufriendo de verdad y yo estoy desaprovechando las horas que sí que me gustaría disfrutar sin comerme la puta cabeza por la mañana ni el techo por la noche. El sentimiento de soledad que me acoge y acompaña porque nadie puede sacarme del agujero más que yo. Vagando en una dulce contradicción de querer encontrar a esas personas que sean familia y hogar para mí pero sentirme vacía con las que están a mi alrededor. De no querer depender de nadie porque me hace débil, porque es lo que me han metido en la cabeza y todavía no puedo desprenderme de eso.

Si estoy escribiendo esto no es para victimizarme. Es una carta de esperanza para aquel o aquella que me esté leyendo, es una carta de mí para mí que me recuerdo que no estoy sola mientras me tenga a mí y que aprenderé poquito a poco a poder mirarme al espejo. 

Porque la vida es una obra de teatro. 
No te conformes con hacer un triste papel, la felicidad es relativa, sé más que un guión que se repite incesante, dirígela, ponte bien en el centro y vívela, el técnico de luces se encargará de enfocarte y apagar los focos cuando sea necesario, aprenderás a hablar delante del público y a improvisar con esos imprevistos de última hora, incluso a ser tu propio espectador. 
No te rindas. 
Y cuando pienses en aquel tren de las 10:15 sé mejor, cógelo. Algunas oportunidades solo pasan una vez como la vida finita que tenemos. Sólo una. Y no aprovecharla a tiempo, amigo mío, sí que sería una verdadera obra trágica. 

Seas quien seas, gracias.




                                            "Darkness exists to make light truly coun."