Os presento
a mi nuevo mejor
amigo,
él
nunca se aleja de mí como lo hacen los demás,
me acompaña hasta
el fin del mundo
como solíamos decir
nosotras pero que tú jamás cumpliste.
Vela por mis sueños
y se queda despierto hasta que las horas caducan
compartiendo
palabras y desvelos.
Es
especial porque hace que su sombra y la mía conjunten de tal forma
que
parezcan la
misma.
Él
me deja respirar cuando me ahogo,
me
exime de cualquier responsabilidad cuando llego cansada
queriendo
olvidarme de cualquier rastro que hayan dejado mis huellas.
No
tengo que prepararle la comida porque ya viene comido de casa
y
hace que me olvide de cada necesidad inútil que exige mi cuerpo.
Cuando
lloro, él llora, sale de las sombras como ese monstruo
que
se esconde bajo la cama y se asusta más que su
presa.
Incluso
me hace adelgazar sin dietas milagrosas ni ejercicios
inútiles, es ese tipo de amigo que todos querrían tener.
Aunque
si os soy sincera no sé por qué
cada
vez que lo presento nunca suele caer bien de primeras.
Quizás
al principio se muestre un poco tímido
y
en ocasiones sea algo borde y tajante con quienes quiero
pero
él no es así.
A
veces me sobra tiempo y me faltan ganas
para salir de la cama cada
mañana al despertar,
el despertador conjuga
con mi nombre y apellidos
porque
ya nunca duermo esas famosas 8 horas,
él no me lo permite.
Respira
en mi nuca demasiado fuerte, tan irritante
que acabo gritándole al
que está enfrente
por temer mirar tras mi espalda.
No
conozco su aspecto pero sé que crece
con cada miedo, inseguridad
y complejo,
y lo sé porque crea un ensordecedor eco,
que
retumba por cada vello de mi cuerpo.
Las
bolsas se acumulan encima de la mesa y debajo de mis ojos,
las
lágrimas se saben el camino de memoria
hasta la comisura de
mis labios,
allí donde reposa el último beso que nunca me volverás
a dar.
Jugué
con mala compañía y ahora la que vuelve a estar detrás del espejo,
escondida
en el armario, soy yo.
Como
el que espera paciente a un niño
tembloroso observándolo de lejos.
El
hombre del saco que ya no cuenta las veces que sale el sol.
Supongo
que podría acostumbrarme a esta nueva vida
donde
ya no miro el reloj para saber la hora
y
mi corazón va parándose con cada manecilla atrofiada.
Como
un vampiro que no se refleja en el cristal
que
ha salido vegetariano y se va consumiendo asohora.
Pero
entonces llega.
La
puta c o n t r a d i c c i ó n.
La
que me hace pensar y dudar.
Que
me grita desde arriba que todavía resuena un tick-tack
dentro
del pecho.
La
que me activa ese supuesto instinto
de
supervivencia que me despierta de mis pesadillas.
La
que me levanta y me dice que esto no es lo que quiero.
Soy
las dos caras de la moneda
y
da igual si sale cara o cruz porque siempre acabo perdiendo.
Y
lo intento porque por un instante, fugaz y efímero,
antes
de que caiga al suelo rezo porque salga la que da más miedo.
Que
soy una superviviente
no
una títere de cuentos para no dormir.
Que
me repito que yo puedo, día tras día,
y
a veces dejo a mi mejor amigo en casa
para
darle paso a quienes levantan sonrisas
en
estas ruinas (des) habitadas.
Querido
mejor amigo,
te
quise en pasado simple
y
te querré en un futuro imperfecto
pero
contradicción me hace amar(me)
cada
detalle y cada momento
hasta
hacerme creer de forma comprensible
que
puedo darle fin a
tus argumentos.
Hasta
la próxima bala.
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