domingo, 29 de septiembre de 2019

Disparo a quemarropa.


Os presento a mi nuevo mejor amigo,
él nunca se aleja de mí como lo hacen los demás,
me acompaña hasta el fin del mundo
como solíamos decir nosotras pero que tú jamás cumpliste.


Vela por mis sueños y se queda despierto hasta que las horas caducan
compartiendo palabras y desvelos.
Es especial porque hace que su sombra y la mía conjunten de tal forma
que parezcan la misma.

Él me deja respirar cuando me ahogo,
me exime de cualquier responsabilidad cuando llego cansada
queriendo olvidarme de cualquier rastro que hayan dejado mis huellas.
No tengo que prepararle la comida porque ya viene comido de casa
y hace que me olvide de cada necesidad inútil que exige mi cuerpo.

Cuando lloro, él llora, sale de las sombras como ese monstruo
que se esconde bajo la cama y se asusta más que su presa.
Incluso me hace adelgazar sin dietas milagrosas ni ejercicios
inútiles, es ese tipo de amigo que todos querrían tener.


Aunque si os soy sincera no sé por qué
cada vez que lo presento nunca suele caer bien de primeras.
Quizás al principio se muestre un poco tímido
y en ocasiones sea algo borde y tajante con quienes quiero
pero él no es así.

A veces me sobra tiempo y me faltan ganas 
para salir de la cama cada mañana al despertar, 
el despertador conjuga con mi nombre y apellidos
porque ya nunca duermo esas famosas 8 horas, 
él no me lo permite.

Respira en mi nuca demasiado fuerte, tan irritante 
que acabo gritándole al que está enfrente 
por temer mirar tras mi espalda.

No conozco su aspecto pero sé que crece 
con cada miedo, inseguridad y complejo, 
y lo sé porque crea un ensordecedor eco,
que retumba por cada vello de mi cuerpo.

Las bolsas se acumulan encima de la mesa y debajo de mis ojos,
las lágrimas se saben el camino de memoria 
hasta la comisura de mis labios, 
     allí donde reposa el último beso que nunca me volverás a dar.

Jugué con mala compañía y ahora la que vuelve a estar detrás del espejo,
escondida en el armario, soy yo.
Como el que espera paciente a un niño tembloroso observándolo de lejos.
El hombre del saco que ya no cuenta las veces que sale el sol.

Supongo que podría acostumbrarme a esta nueva vida
donde ya no miro el reloj para saber la hora
y mi corazón va parándose con cada manecilla atrofiada.
Como un vampiro que no se refleja en el cristal
que ha salido vegetariano y se va consumiendo asohora.


Pero entonces llega.
La puta c o n t r a d i c c i ó n.
La que me hace pensar y dudar.
Que me grita desde arriba que todavía resuena un tick-tack
dentro del pecho.
La que me activa ese supuesto instinto
de supervivencia que me despierta de mis pesadillas.
La que me levanta y me dice que esto no es lo que quiero.

Soy las dos caras de la moneda
y da igual si sale cara o cruz porque siempre acabo perdiendo.
Y lo intento porque por un instante, fugaz y efímero,
antes de que caiga al suelo rezo porque salga la que da más miedo.

Que soy una superviviente
no una títere de cuentos para no dormir.

Que me repito que yo puedo, día tras día,
y a veces dejo a mi mejor amigo en casa
para darle paso a quienes levantan sonrisas
en estas ruinas (des) habitadas.

Querido mejor amigo,
te quise en pasado simple
y te querré en un futuro imperfecto
pero contradicción me hace amar(me)
cada detalle y cada momento
hasta hacerme creer de forma comprensible
que puedo darle fin a tus argumentos.

Hasta la próxima bala.