Han
descosido mi jersey favorito,
aquel
que me regalaron mis padres
cuando
tan sólo cumplía ocho años.
Ocho
años que se convertirían en mi número secreto
cuando
tiraba los dados y pedía un deseo.
Infinito,
como pensé que sería mi jersey.
Con
el tiempo aprendí a no amar de forma permanente
pues
nada permanecía, ni los regalos, ni las personas.
Así
que empezó a gustarme el dos,
quizás
porque el uno se me quedaba corto
y
necesitaba que alguien me dijera:
“tranquila,
también estoy yo”
La
niña que nunca creyó en el amor
y
sin embargo, soñaba con besar a su príncipe azul.
La
que escribía sobre amores imposibles
y
como darse con la misma piedra una y otra vez.
La
niña que amaba con locura su jersey
que
no sabía que por mucho que lo cuidaras,
tenía
un límite.
La
que el tiempo la enloquecía porque sabía que
poco
a poco, se terminaría
agotando.
Como
se le acabó a la abuela del décimo c,
o
cuando intentaba estirarlo al máximo
al
ver lo que más temía en casa,
cupido
diciendo adiós.
Han
descosido mi jersey favorito
y
creo que lleva así desde hace años
pero
estaba tan apegada a él
que
era incapaz de tirar algo que me había hecho tan feliz.
Supongo
que por eso me ha costado tanto
aprender
a irme cuando ya no podía más
porque
soltar a veces es querer(te)
y
querer significa no dañar.
Al
primer chico que besé y nunca podré olvidar,
al
que me hizo ruborizarme horas seguidas,
al
que me enseñó lo que no quería jamás,
al
que extrañé en aquella despedida
y
al que me mintió en aquel bar.
Mi
jersey favorito es translúcido,
pero
no sólo lo atraviesa la luz
también
hace partícipe a la oscuridad.
Probablemente
este sea el poema de mi vida,
y
sin embargo, me siento al otro extremo.
Mi
jersey ha muerto, sí.
Pero
yo ya no lo
quiero.
Porque
sólo me hace arrastrar lastres
que
el tiempo aún limitado, no borra.
Así
que hoy me deshago de ti,
temblorosa,
porque
sé que no va a hacer que lo malo desaparezca.
Hoy
quiero ponerme guapa y brindar
por
todo lo que todavía tiene que pasar
entretejiendo
una nueva bufanda en la que
sólo
incida lo que me haga brillar.
Brindo
por mí y esa fortaleza que me destaca,
por
no hundirme aun ni viendo salida en la
calle,
por
la supervivencia y aún así seguir viviendo.
Brindo
por la vida que no me traga ni
queriendo
y
a la que yo, le sigo haciendo jaque.